martes, 20 de octubre de 2015




El sábado por la tarde una mujer atravesó el cielo abrazada a un pájaro. Por su cabeza de león supe eras mi hermana. Viajabas oculta en la cruz de su figura con un rio en el pico y un árbol en los pies. Saludaste con tu mano de mariposa los caballos de fuego. Luego comenzaron a llover ojos de niños. Y nos los poníamos en la los pies y volví a tener fe en la tierra.
Separarse produce dolor de ombligo, y ese malestar duró hasta verte nuevamente pasar por la noche. Atravesabas el azul con el dedo índice de tu mano izquierda y asomaron una a una, las estrellas. Y fueron tantas que al momento no pude distinguir cuáles eran las estrellas y cuáles tus pupilas. Grité tu nombre y sentí en la lengua el incendio de la luna. Mencioné los nombres de tus hijos y el mar comenzó a brotar por los orificios de tus pupilas, de tus estrellas.
Cierta vez fuimos niños y me dijiste que estábamos dentro del estómago de un pez unidos por el ombligo. Que el mundo es la panza de un pez y eso celeste alrededor no es el cielo, es el mar por donde el pez viaja con nosotros dentro sin importar cuán lejos estemos uno dentro del otro. Esas palabras de tu aliento aún acarician mis oídos con sus dedos. Y pensé en nuestra madre y su predicación de libertad con que nos regaba cuando apenas éramos semillas, y esas semillas se le clavaron en la frente. Ella tiene los brazos extendidos. Conserva intacta la caricia del aire en sus raíces, y en la redondez de su verde rodeado de pestañas, florecemos a la distancia en cada una de sus plumas transparentes.
El sábado te vi en el cielo abrazada a la cruz de un pájaro. Nos encontrábamos bajo el sol en la vieja finca del dictador Batista. De allí sacó El sangriento sus cincuenta millones de dólares antes de fugarse a los Estados Unidos cuando llegó la revolución. No pudo llevarse sus caballos de carrera ni los muebles de sus doce cuartos adornados con objetos traídos de Estados Unidos. Se bañaba solo con su familia en aquella piscina donde el sábado nos bañábamos cientos como una gran familia.
Creí haber leído poesía hasta que el sábado por la tarde vi esto y no es casualidad un sábado haya sido tu cumpleaños. Se acercaba por la noche el recital de Jorge Drexler en el Gran Teatro Nacional de La Habana frente a la plaza de la revolución. Te nombré y Claudia gritó tu nombre.
Caminamos en grupo tomados de la mano con tu voz y pasamos por debajo del rostro de Ernesto Guevara iluminado que ocupa entera la espalda de un edificio. Frente a la Avenida de los Presidentes que se acaba en el malecón, detrás de las rejas de La Balear, tomamos mojitos y el domingo, fuimos al Bertoldt Bretch a desarmarnos el cuerpo con Alain Pérez.
Ya el lunes por la mañana camino al mercado volví a escuchar a los niños y a las niñas como cada mañana frente a la bandera de la escuela gritar “¡seremos como el Che!” Son millones de pichones nombrando al hombre argentino más hermoso y valiente de la tierra. Ayer subió a la guagua un muchachito de pantalón marrón y camisa blanca. Prendida a ésta observé la tarjeta del PreUniversitario con la cara de Ernesto Guevara. Hoy desperté con él en la televisión a las siete y treinta de la mañana. Volví a subir al transporte y Ernesto colgaba otra vez, del cuello de otro muchachito.
Hace dos días en la Ciudad Escolar, Los Camilitos homenajearon a Camilo Cienfuegos y los caídos en El Escuadrón de las Villas. Este es el mes en que por la Televisión Educativa pasan mucho video de la guerra de Angola y la participación de Cuba para terminar con una de las herramientas más crueles de la historia como fue el Apartheid sudafricano. Lo había comenzado Ernesto Guevara diez años antes con su incursión en el Congo Belga.
La poesía por acá más que escribirse, se oye en las escuelas del país y se huele en las esquinas. El ocho de octubre asesinándolo, multiplicaron a Ernesto Guevara en Bolivia. Pasaron días y recién hoy te puedo saludar. La poesía nunca fue casualidad histórica. Lo comprueban los lugares donde la fantasía por irreverente supo hacerse realidad. El sábado fue tu cumpleaños y ahí estábamos, en la vieja finca del dictador Batista levantada como una vela, la poesía.