sábado, 23 de marzo de 2013


 Carta de Ana nº 6


                              
    Lamentablemente Ernesto no son tiempos de pintarse los labios con una bala. Los jóvenes de ayer no hubieran soportado que los cachetearan con la idea de vivir en un capitalismo regulado, que es un modo de decir regulemos el hambre. Porque no es posible abandonar los sueños sin que un pedazo de vida se quede con ellos. El trecho hoy es más largo que ayer y la historia se arremolina en senderos angostos, en enredados, breves y confusos caminos por donde se debe andar dispuesto a perder amigos de la infancia. El llorar verdadero siempre es hacia adentro y en la soledad del silencio. Desde que te has ido Ernesto, varias bandas de música que conociste no existen mas, ¿has visto?, las bandas pasan y la organización queda. Y crece. Como la música. La última carta de Melimí dispara estas preguntas. ¿Cuál fue tu sueño de pan papá, hermano de azúcar y sal? ¿Con qué sangre lavaste el llanto en ocasión de los poemas robados a la realidad y que dieron tersura a tu flor? ¿Es posible pensar en cómo sanarnos hoy para mañana si el pasado aún no ha sido suturado? Cada vez que se acerca, el número 24 no permite que cierre los párpados. Recuperemos a los jóvenes asesinados no con lástima, si con el dolor de las injusticias que les dolían y que no estamos haciendo todo lo posible para que se acaben. Cuando a alguien le duele una injusticia le duele mas que su dolor. Ellos no se tendrían lástima de sí mismos. Tenemos un empresariado que gana, según datos del ministerio de economía, 7 veces más que en la década del 90' y un gobernador que para la inseguridad piensa en mas policía y así, más de una vez te mata a un luchador por meterse a trabajar donde los funcionarios no llegan. Debemos recuperar de los jóvenes de ayer sus propuestas, sueños, inquietudes, voluntad cotidiana y no mera contemplación televisiva de resolver los problemas. Es sano que además de la tortura nos duelan los motivos porque los mataron. La derecha no se agota en Clarín, y los derechos humanos también son la minería que nos está reventando el agua, por dar nomás un ejemplo. Como país y por ellos y por ellas tenemos que poder mucho más. Los jóvenes de ayer no hubieran soportado que los cachetearan con la idea de vivir en un capitalismo regulado, que es un modo de decir regulemos el hambre. Que no nos quieran decir, que esto es lo máximo donde podemos llegar con la lucha porque el cambio social, aún no ha llegado. Y tenemos como ellos que poder sentir poder pensar que las cosas podrían ser de otra manera.
    Fue un martes por la noche cuando un árbol de dolor trepó por el pecho antes de salir del pueblo y extendió sus ramas hacia la espalda en un abrazo pulmonar. No era esta vez el monstruo del amor porque no cantaban pájaros en sus ramas ni en las venas. Me senté en la cama. Respiré alto y hondo, pensé en vos pero el dolor no se detuvo.  Si es posible ser feliz en invierno o primavera también se puede morir en verano o camino al otoño. Se me hizo que algo en el Caribe se congelaba.
    Al entrar al hospital apreté tus ojos en los labios. El pelo corto de tu Melimí y las últimas hojas del verano colgaban de los árboles de la vereda. Te pueden matar y así y todo no estar vencido.  Pensé en la irremediable y dolorosa inclinación de los perros hacia el amor, qué ocurrirá con ellos, a quién hacer firmar con la tinta de los poemas escritos a fuego en Latinoamérica que no harán noche al descubierto. Es demasiado pedir, la poesía, no he publicado nada y a dormir en el cajón de la mesa de luz entre cuerdas estiradas y cartas viejas, te pido Ernesto prefiero ser quemada. La paz es haberte escrito lo que dictó sonriente mi demonio infantil. El caballo en que anduve te perseguirá por siempre y vivirá del pasto que crece donde pisas.
    Una y veinte de la madrugada. En el momento en que debía tomar el colectivo en dirección a la ciudad en que puedo soñar con que voy a verte y cruzar la vereda del susto en dirección a mi boca, el electro del hospital escribe los latidos del planeta donde te encontraré. Abajo, grave, arriba, agudo, intenso. Tu cuerpo cuelga de estrella en estrella. Abajo, grave, arriba, agudo, ausente. En el silencio del hospital las variaciones del corazón escriben su breve canción, una partitura de arena por donde baja nuestro primer atardecer desnudo.
Tres notas, si mi sol, si mi sol pudiera encenderte, cercanas las dos de la mañana brotaría de las baldosas al borde de la cama un arroyo de aquella playa donde reímos con Sebita, vi cruzar tu cara en una barca de témperas y lanas arremolinadas, sobre el agua flotaba una guitarra y sobre la palma de su madre cantaba el gordo Claudio, que ya no es mas gordo. Entre las cortinas blancas del hospital duerme tu sonrisa. En tanto el árbol crece como una mano de muerte. Y no fue tampoco el fervor de tus tres arroyos volcándose en mi río, tal como se manifestó febrero de regreso del sur en vacaciones, era anochecer y en un estremecer levantamos un perro en la ruta, lo llevamos a casa, se llama Arroyo y en sus patas leo tus calles. 
    Subí al sueño después de una hora acostada. Trepé al árbol del dolor. A cada rama el dolor crecía. Mis compañeros extendieron una soga roja trenzada de pájaros carpinteros. Al llegar a la copa la abrí como si se tratase de un libro; reveló el nido donde nace el dolor y se abre en alas de alegría. Leí en mi memoria tus últimas palabras, en realidad las primeras de tu último poema para Hugo que decía algo así como que llorar la revolución es dulce pero vivirla es bien salado. Aquí muchos no saben que la fruta y el mar no se han secado. Entonces no puede bastar con envolverte en el celofán de los halagos nada más que porque vives en un país lejano, porque si estuvieras aquí Hugo te escupirían te clavarían la palabra trosko, te taparían la boca con afiches de tu propia cara. Pero tú negro donde asoma el indio sabes que no hay peor traición a un revolucionario que secarte al sol de la dulce y tramposa anécdota. Sabemos que la fruta y la mar no saben de límites y no se han secado a orillas de tu rancho con piso de tierra donde te criaste de niño rodeado de perros, no te conocí pero puedo verte jugar a que te quiero, a que me quieres, si es así de verdad que ser hombre ser mujer es amar más allá sin saber, pero dialogando con la eternidad como si se supiera, y proyectar juntos cada cual en su pequeño mundo tan posible como sea, entonces aún estamos a tiempo de continuar nuestras conversaciones en silencio Hugo Chávez aunque nos digan que te has muerto.                
    Cuando la noche tiende tu piel de silencio azulado, descifro la raíz de la tinta en la trama de la madera, cierro los ojos y se abre tu cuerpo que cuelga de estrella en estrella color atardecer, en el pozo del ombligo y los murciélagos chorrean plumas en colores, los árboles se arrancan las ramas de la cabeza y ponen en manos de los amigos los pinceles de la risa. La presión está ahora en el número normal. Me levantan de la cama. El médico hace una broma y dice que tanto amor por los bichos bolita está oprimiéndome el corazón. Acaricio en la mente nuevamente la idea de la bala. Al salir lo adivino en la luna gris. Viniste al mundo para observar sencillamente lo pequeño y ser inmensamente feliz por las dudas, y por si acaso compartirlo con esta mujer que te ama como sólo un revolucionario puede amar a su país. Sin embargo desde lejos, separados como estamos Ernesto, te veo enorme. Alguien en una esquina comenta que Chávez ha muerto. Ahora comprendo el malestar en el pecho, tu ausencia, la muerte. Esa manera de nacer en otros cuerpos, en otros sueños que parirán nuevos niños, de echar raíces a través del tiempo.



lunes, 11 de marzo de 2013







Hombre de pecho verde árbol sin fondo
acogedor de pájaros en laberinto,
en tus labios Carlos Marx se besaba con Jesús
para asco y sorpresa de la izquierda dogmática,
vives aun muerto humanamente sangrando contradicciones
hombre cabeza roja de mujer
incendiada flor de arena.
Necesitamos sepas que una sabana donde lloran los llaneros
y se tocan suenan solos oscuros alegres joropos
se extiende hacia el futuro cual si fuese una barba.
Padre a quien escribimos por nunca poder abrazar
con motivo de tus oraciones a lluvias sepultadas
te proclamamos acariciador de nacimientos
y fundador de semillas inocultablemente vivas
en perpetuo dominó de atardeceres.
Porque en tu espalda a resguardo de tormentas
infinitas sangres de infinitos niños
hijos del niño que nació cuando moriste te saludan,
el haber regado con tu viento de sangre las ramas nuevas
de un viejo y vencido tronco del socialismo
para que nosotros con apenas
un poco de pelusa en nuestras pieles
nos paremos en ellas temerosos de tanta distancia,
veamos que el día imposible
podría no estar escrito en nuestro calendario
y de nuestro animarnos depende tu cielo
abierto al vuelo irreversible
gracias al cual fue posible volver a mirar con ojos nuevos
la vieja luz de piedra que nos antecede,
después de ti no es posible ceder el golpe de nuestro tallo
para eso nos parieron a sangre a grito urgente y desnudo
a un nuevo mundo.
Para copiar lo humano y social que tienes de político
y no para ensancharnos la boca de ti
en tanto por detrás inflamos los bolsillos.
Porque llorar la revolución es dulce pero vivirla es bien salado,
aquí muchos no saben que la fruta y el mar no se han secado.
Entonces no puede bastar con envolverte
en el celofán de los halagos nada más
que porque vives en un país lejano,
porque si estuvieras aquí Hugo te escupirían
te clavarían la palabra trosko
y taparían tu boca con afiches de tu propia cara
Pero tú negro donde asoma el indio sabes
que no hay peor traición a un revolucionario
que secarte al sol de la tramposa también dulce anécdota,
como la aprendida teoría enseñada en la universidad pero guay
quien se tome a pecho y espalda aquello,
pero no más que eso porque más sigue siendo menos.
Para quienes de verdad deseamos cambiar de madera el árbol
no nos es posible juzgar por un cambio de hojas
la madurez del tronco no,
somos pájaros hambrientos de una infinita sed de cambio
a quienes no conforman con las migas
que de la boca del dinero caen al suelo,
un mar de coraje sobre un arrecife de palabras nos separan
porque con la muerte de tu hombre
nacen sueños que paren niños
y sabemos que llorar la revolución es dulce
pero vivirla es bien salado,
nosotros que no mandamos
pero nos animamos a pedir
el grito dentro del pan y al revés también,
negado ayer por vos hoy resucitado,
sabemos que la fruta y la mar no saben de límites
y no se han secado
a orillas de tu rancho con piso de tierra,
no te conocí pero puedo verte jugar
a que te quiero a que me quieres si es así de verdad
que ser hombre ser mujer es amar más allá sin saber
pero dialogando con la eternidad como si se supiera
y proyectar juntos cada cual
en su pequeño mundo tan posible como sea,
entonces aún estamos a tiempo
de continuar nuestras conversaciones
en silencio Hugo Chávez
aunque nos digan que te has muerto.


Fernando.