martes, 29 de mayo de 2012

Carta número 11


No me quedan muchas cartas por escribir. El amor crece y ensombrece las palabras. Que seas infantil no es el problema. Me duele que seas torpe. Me enamora tu juventud pero no te duermas en la belleza, no te olvides de esto, no hay persona mas pobre que aquella que se duerme en su belleza. No tengo edad para experiencias que no me hagan crecer, creo, que hay otras cosas por descubrir. También creo en tu calendario maya porque amar a alguien es comprenderlo, que no lo es lo mismo que perdonar o permitir, el sol y la luna mueven mares, pero no me enredes con planetas Ernesto porque yo quiero tus ojos. Hay que estar atento al propio sol para poder leer símbolos lejanos, debo confiar en el sol propio porque hoy está nublado pero yo no. 
Siempre la niebla anticipó sol pero parece ser que ayer por la mañana la niebla escondía la continuidad del gris. A propósito, es mi color preferido porque permite trabajar con matices, ni sol ni luna. Todos tenemos un sol que late a la izquierda, algunos capaces de hacer crecer flores muertas y otros que matan lo vivo. El sol no puede no ser lo que simplemente es. Mucho tiempo me dolió la panza por las flores que se me podrían dentro, creo con el tiempo me fui haciendo de otra carne y el sol es como la carne que recubre el mundo. Cada uno se sienta a orillas de su propio río de sangre a mirarse. Porque el mundo que se lleva dentro es mas fuerte que soles y lunas lejanas. Cincuenta y sin cuenta. No hablo de contar números, creo uno la mitad vive de acuerdo a fuerzas que lo desbordan pero la otra mitad elije, a cada momento, la elección es de uno, porque las explicaciones que yo puedo darle a las personas que están en mi órbita no pueden ser motivos extraños, quiero decir que uno lee coordenadas pero tiene la libertad, que es poder, de alinearse con esa corriente lejana que existe o plantarse y querer forjar el camino aunque después no pueda, dejarse llevar por el río o nadar a contracorriente así caiga en las fauces de una catarata que nadie sabe qué esconde en su fondo.
Creo en las intenciones. Porque después son los naipes que puedo mostrar y decir, jugué así porque asumo quién soy; la señal estaba ahí, el viento soplaba fuertísimo pero yo apreté más la mano y me quedé con estas cartas, aquí estoy, soy estas cartas que no ha logrado quitarme el viento, cuando había luna levanté un sol y cuando quise dormir había sol pero fabriqué esta luna, vea, es de papel muy pobre, quizá de papel higiénico y además usado pero es mía, yo no sé, su luna es muy bonita pero en ella no puedo respirar y se me explotan los pulmones. 
Dijiste que me haga responsable de lo que genero, también es cierto que hay personas a quienes les tirás un cuatro de copas y se va al maso. No sé si coincidía con lo que estaban hablando el sol y la luna o cada cual por su lado, creo en ellos pero creo más en mí por lo que te decía antes y charlamos anoche, el amor es muy egoísta. Y vivimos en una ciudad donde todo el tiempo el amor camina sobre una cuerda floja y es muy fácil entrar en el mercado. Sabemos que el mazo no lo maneja uno y aquí otra vez está el cincuenta por ciento que no está en tus manos. Pero el otro cincuenta es tuyo. Si no nunca hay responsables Ernesto, la libertad hay que asumirla. Creo así, yo no sé porqué pero no elegí hacerme este sol que tengo y que no digo sea correcto o incorrecto, pero lo defiendo como a esta sonrisa porque costó costado mucho fundarlo. Quizá no casualmente mi blog se llama fundadoenlatormenta. Ahora pienso de qué hablará esto. 
Se necesita soledad para saber los porqués. Internarme en el bosque con los perros y la guitarra los sábados por la noche cuando papá estaba en el psiquiátrico para encontrarme conmigo me hicieron esta perra que ves, el interrogarse acerca de cuál es el sol con que acompaño el tiempo por el que  paso es muy importante. Porque este viaje es corto muy corto y a veces los zapatos que el mundo te pone en los pies para andar te quedan chicos y duelen pero si uno tiene su sol se puede descalzar que no habrá riesgos de pasar frío. 
Anoche cuando veníamos a casa en el auto unas diez cuadras antes sentí como varias veces vengo sintiendo que me largo a llorar, hasta que te ví reír de las monerías que te venía diciendo y yo sé que es, le pusieron la palabra amor, podrían haberle agragado una letra mas, la n, y las doy vuelta y queda norma, las reglas de uno las maneja uno y es lo mismo que lo anterior. Porque si no nunca hay responsables, siempre las explicaciones están afuera, ¿y yo dónde me paro? El principito tenía su propio planeta, y era requete triste el planeta del principito, gris, con volcanes y árboles carnívoros. Conocía quienes vivían en todos los demás, pero de quién más sabía era de su flor porque quizá vería que el destino de esa flor dependía de su esfuerzo, una flor que es un espejo. 
Todo esto que te escribo me surge mientras escribo y seguro cuando pase esta fiebre escribiría otra cosa pero en este instante que es todo el tiempo lo asumo. Anoche justo escuchamos (justo no, la puse yo a la canción) en el jardín de la noche, viste que te conté para mi está arrancada de El principito, probablemente no, también dije salía el sol esta mañana y no sucedió, diez días nublados, pareciera un elefante volador se ha detenido sobre el mundo. La letra en un fragmento dice "pero yo quiero ser de noche el dueño de los ojos de la altura, y he de fundir al montura para galopar mis sueños volaré tengo que domar el fuego para cabalgar seguro en la bestia del futuro que me lleve donde quiero, en el jardín de la noche hay una rosa..." Ahí hay una clave del ensamble, hay un futuro que me espera, no lo puedo modificar, pero soy yo quien le pone la montura conque voy a estar cómodo porque con ella no se me va a pasapar el culo. Yo encontré calor en vos y volví a creer, tierna, también infantil quizá, la madurez pasa por amar sin límites, en esta manzana de mundo que tiene el gusano adentro no es tan fácil subir al árbol, pasar por niños, soportar la corbata del juicio, qué importa, anoche te dije que a veces despierto, caigo al mundo en el que vivo, otras lo olvido, la guardia baja de uno son los sentimientos y a veces me entra cada gancho epático que ni te digo. Un día la petisa Mercedes me dijo cuando íbamos para Mansión Obrera “tu problema es que creés que el amor puede con todo y no es así”. Cortita y al corazón la petisa. Y es cierto, no soy el sol o la luna para dirijir el destino de las personas, fijate dije hoy iba a salir sol y le re pifié. Aunque esto no me intimida, sé que quiero en este día gris y esto es lo que importante. Te mando un beso y espero estés bien. Si releo la carta no te la envío. Qué bueno que en nigún lado está la palabra política. Ana. 

martes, 22 de mayo de 2012

Carta número 10



Ernesto, se fue la casa de papá y un pedazo mío se fue con ella, me saludé a la distancia, ni triste ni feliz, me fui. Aunque este no es el problema, el problema mas bien es que la familia tampoco se quedó. Los tiempos de papá todas las noches en la cocina, caballos y largas mesas se nublaron cuando su sol cayó y cuando mas necesité de los tíos, que fue cuando lo internaron a papá y se perdió la casa, extendí la mano y me llevé al bolsillo un pedazo de nada. El rezo interno era “que se vaya la casa pero que se quede la gente, que se vaya la casa pero que se quede la gente”, pero recitado en la capilla del silencio y la soledad, no funcionó mucho.
En La Plata llueve desde el viernes. Te invito a que estés solo, pienses en estar con alguien y que llueva y que no puedas, para tener una idea aproximada de los lugares desde donde se desatan las tormentas. El mundo es mas pequeño cuando llueve porque hay que resguardarse y la lluvia hace crecer la memoria. 
No sufro tanto el cambiar de espacio como el mudar de piel. De los chicos que iban a la pileta todos los días por aquella época, pocos hoy me llaman o visitan, creo entiendo lo incómodo de tener que verlo a papá extraviado y en una silla de ruedas. Hay mudanzas que no pueden ser procesadas en toda una vida, recuerdos de fino cristal obligado a masticar sin dientes. Cuánta soledad. Deberías haber visto el comedor vacío y el recorte blanco de los cuadros descolgados igual a rostros intactos, como muertos en nichos bien conservados.
¿Porqué será Ernesto que la casa que se extraña es la que se pierde y no la que se abandona? Al apagar la luz no puedo dormir, quedo con los ojos abiertos y en la oscuridad se enciende la casa como una calesita en la soledad de la cama para volver en sueños a vivir y completar lo que falta, por última vez ir en el colorado al galope hasta el arroyo, tomar mate, ese que recién preparado larga espuma semejante a la espuma verde del caballo cuando come pasto con el freno puesto. Tengo que parar. Las noches en el parque alumbrado por faroles y el grito de algún tero con insomnio, nos acercabamos a la cascada y los peces cruzaban como estrellas acuáticas, subiamos la escalera de laja, bajo la copa del nogal, tomábamos carrera y caíamos a la pileta. No tengo nostalgia, no te equivoques, tengo memoria. No es mi intención volver el tiempo atrás, el tiempo es mortal y me siento redimida porque escribir sana y desanuda, cuando se producen los traumas florecen los mecanismos, siempre te dije que esta sonrisa no es gratis y mas de una vez es de payaso. 
La anticipación imaginaria de lo que ocurriría con los amigos que te cuento, fue quizá la evidencia de crecer y despertarse del idilio que la juventud teje cuando no se profundiza demasiado en las relaciones humanas y la amistad es un campo ensanchado de gente. 
Los últimos domingos de papá no fueron lo mismos desde que la casa se perdió. Nosotros tampoco. Los peces no entraron en la maleta, quedaron en la cascada hundidos en un recuerdo sin color, los caballos fueron vendidos para morir en otros campos y los perros que enterramos además de a oscuras ahora están solos, los árboles se fueron para arriba y el que los plantó para abajo. Nadie ronca en el cuarto, prepara la cena, prende fuego, pone música. Nadie porque otros son los que viven. Y el olor y las risas que no guardan los fantasmas que se quedan, hacia dónde correrán, por aquel campo trotando los caballos muertos hay un parque maduro en árboles. Me traje solo uno que plantamos palmo a palmo y desde donde gritan los pájaros que vuelvas porque nada existe si no estás.
Lo único que no extrañaré son los atardeceres de sangre cuando se degollaba algún cordero. La procesión comenzaba cuando el viejo Molina se ajustaba el pañuelo, cargaba el animal con los pies y las manos atadas sobre una carretilla, lo seguíamos con Marina hasta detrás de los boxes de los caballos, al pie del molino donde solíamos encontrar culebras que se acercaban a tomar agua a quienes era hermoso llevarlas para verlas nadar en la pileta. No recuerdo que yo llorara, pero sí de las lágrimas saladísimas de Marina que parecía le salía un mar de adentro. Los niños son sensibles pero las niñas más. Ella todavía no menstruaba y ya lloraba por la sangre. El viejo enterraba el cuchillo en el cuello y el animal se dilataba entero, viste que la caca de las ovejas es redonda como para jugar a la bolita. Ricki era chiquito y se las comía. Luego el viejo se limpiaba los dientes con su instrumento de muerte a unos treinta centímetros de distancia de lo largo que era. Por eso digo que cambiar de casa por la fuerza es como mudar de piel a fuerza de cuchillo. La casa bala como un ternero a lo lejos y vuelve en la soledad de la cama para volver en sueños a vivir y completar lo que falta, la gente en esa casa, la casa en esa gente y uno en esa casa.
Ayer vino el viejo de la mudanza a cobrar lo que se le adeudaba. La camioneta en que llegaron las últimas cosas de la casa perdía recuerdos en el camino y papá los juntaba detrás. Estuvo días intentando pintar una sonrisa, clavarse un buen ánimo, martillar recuerdos, dar forma a esa nueva caja para esos cuerpos que entraron obligados a la nueva morada con veintiún gramos menos. Y tantos días que no alcanzan a inflar uno solo me hacen morder el labio hasta sangrar sal y yo no sé si no es la sal que a Marina le corría por los ojos cuando se llevaron la casa que fue como que degollaban un cordero en la cara. Porque no sabíamos que hacer con los días sin orden traídos en el bolsillo de aquella casa donde ahora no vive nadie porque la compraron los otros y que están barriendo a papá muerto y fantasmático en el sillón del comedor pensando que hermosa casa que tengo, y que linda le queda esta música a este cuadro que pintó mamá lástima no vive, pero hoy vienen los chicos y nos vamos a comer al hotel o a La Rueda, mejor lo de Miguelito Cardani.
Días que al evocarse pierden número y orden. Días enredados en la garganta de un hombre que construyó la casa y se destruyó al irse. Como dos personas que se besan por primera vez y las bocas no se encuentran los muebles no entraban en la nueva casa; tampoco los cuadros, los discos, los libros. Los objetos perdieron tallo y no fue posible traer la ventana aprisionando el cielo y ese árbol con pájaros o frutos. A los días les falta un color, días grandes para esta casa donde las horas no se queman al sol.
Te digo Ernesto que mudarse es esa manía de deshumanizar los espacios, una torpe conducta de mover los cuerpos. De matar las casas deshabitando los cuartos. De vaciar la casa como se deshabita a un cuerpo humano. En el mundo hay hombres que se dedican a vaciar estómagos de niños, doctores que vacían gente y también Bancos que comen casas. Pienso en papá sentado hecho un fantasma hermoso en el sillón del comedor, sus horas antes de entregar la casa por siempre jamás. La dirección de la casa de ahora es donde nacimos, Moreno 85, a dos casas de lo de Chicha y Olga. Sí, volvimos. Te mando la foto de playa Ferrando que te dije tres cartas atrás y te abrazo fuerte fuerte.

viernes, 11 de mayo de 2012

Carta número 9


 
Releo tus cartas a sobre cerrado. Las oigo a veces en un credo tartamudo. Vuelvo al banco donde nos leíamos labio a labio en aquel verano de pantalones arremangados a orillas de nuestro ocaso. Solo está el otoño con su reloj amarillo, por aquí, el tiempo se mide en hojas y sobre su círculo marchan los zapatos de cuero arrugado que se acerca en mucho a la corteza de tu árbol. 
Ha llovido esta semana Ernesto pero el amarillo de las hojas no permite ver el barro. Largas se han puesto las noches, la cama y su espalda fría. Tu flor crece debajo de la almohada. Releo tus cartas a sobre cerrado, las he degustado palabra a palabra como cuando callaba tu boca con mi boca y las lenguas eran pájaros rosados. Los pájaros callan mas temprano en otoño y Darío continúa sangrando. Este 26 de junio es su aniversario y su sangre no se lava con petróleo, tampoco con esta noche roja y amarillo mañana donde la oscuridad es un escenario levantado con tu última palabra. Un escenario armado de cartones y telas aromadas por el gris crepuscular de las sábanas que tiende esta lluvia de miércoles  ocho y media de la mañana. 
Cuando llega el fin de semana y la soledad comienza a crecer con muros florales, las paredes se enredan en los dedos. Los obstáculos siempre son levantados por uno. Todos los ausentes dan un paso al frente, se asoman y ríen con palabras sin dientes que gatean en busca de esta cuna de papel en que te escribo. Hablo de una cuna calentada por los perros de hoy felices bajo el limonero del ayer. Y en estas noches que son mas largas he prestado atención la bailarina de papel pegada por la cintura al parlante de la pieza. De las doce a dos el wiski se derrite en el hielo mientras te escribo. El frío es duro pero ella baila. Vino una noche de cumpleaños de la mano de tu amigo Terry acompañada por dos cartas de pelo largo. Anoche desapareció dejando una carta, voy a buscar mi corazón, salgo a meterme dentro de una canción. Ocurrió cuando las estrellas danzaban detrás de los libustrines, a la hora en que el rocío ablanda los tallos y cortan con el filo de su luz margaritas para que las ranas se confeccionen polleritas e inventen pelucas con tinturas de planetas y acuarelas por las que se desmayan las abejas.
Vieron a la niña cerca de las tres de la mañana montar el perro de cinta y alambre que está sobre la biblioteca, cuida que las palabras no escapen de los libros. Juntos solemos salir a cazar conejos que saltan de los relojes que la muerte cuelga en las esquinas. En su paisaje de seda y desnudez, los ángeles dan vueltas por manzanas alumbradas con campanas; los ángeles, cuando pienso en tus alas, se vuelven colibríes. 
Darío vino de visita y no estabas. Salimos a buscarte, no tiene mucho tiempo cada vez que aparece. Nos enviaron a la vuelta de la esquina y al asomarnos, te vimos de la mano con una bailarina de papel que montaba en un perro de tela y alambre juntando margaritas junto a las ranas que de madrugaba confeccionan polleritas a la hora en que el rocío ablanda los tallos. 
Sabía que tu mano era la flor que despierta el temblar de mis abejas nocturnas y que aquí, cerca del cielo, las estrellas son tus dientes y al filo de su luz se corta la noche con tu sonrisa. Estabas durmiendo despierto Ernesto cuando te enconramos, Darío cuenta que cuando eras chico te levantabas sonámbulo y te metías adentro del placard y le meabas las polleras y los sacos a tu vieja, ¿pero cómo explicar esto? De la mano con un perro de alambre y una bailarina de papel. Besos.

                                                                                                                                    Ana

                                                                                                           

viernes, 4 de mayo de 2012

Carta de Ana nùmero 8



El martes por la noche un árbol de dolor trepó por el pecho antes de salir de Juárez y extendió sus ramas hacia la espalda en un abrazo pulmonar. No era esta vez el monstruo del amor porque no cantaban pájaros en sus ramas. Me senté en la cama. Respiré alto y hondo, pensé en vos pero el dolor no cesó.  Si es posible ser feliz en invierno o primavera también se puede morir en verano o durante el otoño.
Camino al hospital apreté tus ojos en los labios. Tu pelo corto y las últimas hojas del verano colgaban de los árboles de la vereda. Se puede morir y así y todo no estar vencido.  Los perros, ¿qué ocurrirá con ellos?, ¿a quién hacer firmar con tinta de estrellas que dormirán bajo una caricia que caiga con la mañana y no harán noche al descubierto? Es demasiado pedir, la poesía, no he publicado nada y a dormir en el cajón de la mesa de luz entre cuerdas estiradas y cartas viejas prefiero ser quemado. Escribí de vos lo que dictó sonriente mi demonio infantil, el caballo en que anduve te perseguirá por siempre y vivirá del pasto que crece donde pisas.
Una y veinte de la madrugada. En el momento en que debía tomar el colectivo en dirección a la ciudad en que puedo soñar con que voy a verte y cruzar la vereda del susto, el electro del hospital escribe en apuros los latidos del planeta donde te encontraré. Abajo, grave, arriba, agudo, intenso. Tu cuerpo cuelga de estrella en estrella. Abajo, grave, arriba, agudo, ausente. En el silencio del hospital las variaciones del corazón escriben su breve canción, una partitura de arena por donde baja mi primer atardecer desnudo.
Tres notas, si mi sol, si mi sol pudiera encenderte... cercanas las dos de la mañana brota de las baldosas al borde de la cama un arroyo de aquella playa cercana a Tres Arroyos donde reímos con Sebastián, ví cruzar tu cara en una barca de témperas y lanas arremolinadas, sobre el agua flotaba una guitarra y sobre la palma de su madre cantaba el gordo Claudio.
Entre las cortinas blancas del hospital duerme tu sonrisa. En tanto el árbol crece como una mano de muerte. Y no fue tampoco el fervor de tus tres arroyos volcándose en mi río, tal como se manifestó febrero de regreso del sur en vacaciones, era anochecer y en un estremecer levantamos un perro en la ruta, lo llevamos a casa, se llama Arroyo y en sus patas leo tus calles. 
Subí al sueño después de una hora acostado. Trepé al árbol del dolor. A cada rama el dolor crecía. Mis compañeros extendieron una soga roja trenzada de pájaros carpinteros. Al llegar a la copa la abrí como un libro; reveló el nido donde nace el dolor y la alegría. Cuando la noche tiende tu piel de silencio azulado, descifro la raíz de la tinta en la trama de la madera, cierro los ojos y se abre tu cuerpo que cuelga de estrella en estrella, vierte tinta color atardecer en el pozo del ombligo y los murciélagos chorrean plumas en colores, los árboles se arrancan las ramas de la cabeza y ponen en manos de los amigos los pinceles de la risa. La presión está ahora en el número normal. Me levantan de la cama. El médico dice que tanto amor por los bichos bolita me estaba oprimiendo el corazón. Al salir lo adivino en la luna gris. Vine al mundo para observar sencillamente lo pequeño y ser inmensamente feliz por las dudas, y por si acaso compartirlo. Sin embargo desde lejos, separados como estamos, te veo enorme.

                                                                                                                                                Ana.