miércoles, 25 de abril de 2012

Carta de Ana número 7


 
    Te escribí poemas en diciembre. Poemas flamencos que marchitaron en primavera hasta volverse sapos. Si debiera citar un poema flamenco puedo decir tu recuerdo es una enredadera que inunda las calles y tu voz un recuerdo que ha perdido Dios. Si al caminar pienso en tu sonrisa crecen las ganas de trepar plantas y comprar pájaros de ojos tristes que viven en veterinarias, entrar al zoológico y terminar con la angustia de las fieras. Si de rememorar un poema de sapo se trata, emerge no podrás perderme Dios está rojo y de mi lado por haberme enamorado simplemente. No podrás perderme compañero de besos anchos y largas caricias. No importa donde vayas, en la línea del horizonte mis labios delgados  esperan tu sonrisa.
    El pecado de abusar del recurso Dios me llevó a la recursividad de encontrarme en soledad. Por debilidad o vacío los hombres y los animales echan mano de algún Dios como si se tratase de un pan. En mi caso es sólo colocar una tuerca más a la rueda de soñar para que no se me salga. No viene al caso. Creo que Dios no ha estado de mi lado porque el amor es cosa muy de adentro y en mi pecho no entran más que dos. Dios además está ocupado en junar a los desenamorados como vos.    
    A la escritura de poemas sapos se sumó la certeza (que siempre en el amor es de arena), de que estábamos en diciembre. Pronto crecería la marea de las vacaciones y amenazaban las agujas. Mas bien las agujas me apretaban contra la pared de diciembre, si saltaba, caía en la laguna de la soledad, el espejo del sol que refleja tu espalda, siempre tu espalda en dirección al sol.  
    Te escribí en diciembre y nadé en el tiempo, en su espeso y eterno pasado. Porque la única certeza es la muerte y no había tiempo que perder si cada día al despertarnos no somos los mismos y no estás para volar en flamenco o sacarte a cabalgar en sapo. En lo próximo o lejano el mundo siempre ataca nuestra niñez con sus fantasmas, el dinero, la especulación de la amistad, la pérdida que nos deja mudos, la postración de la alegría, el desencuentro, los múltiples relojes, el soplido del silencio. Tuve amigos que hoy no saben de mi vida, seres montados por el viento en el vuelo de otro cielo, y otros que sí saben de mis pasos y andan por la tierra cosechando risas y verdes momentos, que preguntan por el punto rojo en mi pecho izquierdo que no es mas que la duplicación en memoria del horizonte que se desangra en cada esquina de nuestro pueblo. Y como el destino de cada niño depende de nuestro hoy, traeremos un niño que será el agua de nuestro destino incierto, mientras nos siembren desiertos, insistiremos con flores, la mirada no es un mercado sino la fruta del amor, no nos carcomerán la carne con muecas de estética. 
    Apuntemos que nuestro pasar es en el giro de los planetas nunca vistos, el colibrí y el polen que levanta su aleteo, el papel a escribir que esconde el árbol. En el viento, se huele el barro que nos trajo sin más certeza que la de que debemos respirar acompasados. Ser pobres Ernesto es un castigo que nos puede convertir en hermanos. Tengo miedo. Y el único escudo con que cuento en este mundo de sentimientos en esqueleto es el escudo de tu amor contra el ogro poder del dinero.
    Escribí poemas sapos y te aturdí, dormida en mi propio sueño. Fue como golpear la campana que atrae los ángeles con un martillo de silencio. Y te fuiste. Eras sin boca, porque yo te besaba en laberintos de palabras donde paseabas con dragones de hielo en los bolsillos. Es tarde para decir tarde. Porque ya es de noche y aún te escribo.
    Te escribo por no buscarte de la misma manera que cada vez que te encontré, hablé para no besarte. Porque escribirte es acercarte a mi lado, desperezar el llanto, reír amarillo parado en la lengua del canario, recordar chiquicientosmil futuros tomados de los labios, renombrar lo gastado, dar con la estrella de tu mano que alumbra el piano del silencio, subrayar con un tallo las ideas secundarias, las pequeñas estaturas, visitar al ángel cerrajero y también abrirme al espanto del redondo punto final.
    Te ví en un aula de vidrio, era mi época de ayudantía en que para aprender a enseñar escuchaba. Yo andaba de hipocampo con un amor de yeso y una noche en que salí te ofreciste llevarme en auto. De tanto frío el aire parecía de agua ¿te acordás?, fui pez flotando en el espacio. En tu auto, un ford k, había un pequeño botiquín de primeros auxilios de donde debería haber extraído una curita. Bajé en la esquina de 1 y 60, ahogado en silencio de tanto susto, “estamos en contacto” me dijiste. Y no ha habido hasta la fecha una caricia. En vano esa noche en que el viento me acercó hasta casa los delfines tocaron violines al interior del bosque y la luna fue huevo de araña por colgar de estrella en estrella, la falsa certeza que en el amor Ernesto, como está visto al menos en nuestro caso, se vuelve arena.
   Difícil de creer. Vas a decirme estás loca, como dicen a  mi amiga Fernanda y ella contesta loca no, a cada instante enamorada. Es de confundirse en estos tiempos el amor con la locura. La locura enamorada que es la muerte desterrada. Bueno, en la mañana de ayer martes, después de darle de comer a las gallinas, peinar a los perros y revolcarlos un poco para ver como patalean a lo chancho y saltan felices con la cola hecha un garabato (cada bicho que habita el mundo incluído el peor de los bichos, el humano de hoy que ha perdido el ser, es feliz a su manera, pero mas feliz lo es cuando lo hace a su medida), salí a la calle, en realidad al camino de tierra para observar  a los animales de la parcela de enfrente, salté la zanja con el mate en la mano. Siete y cuarto de la mañana el pasto era una alfombra blanca y los caballos mordían lo que podría ser tranquilamente una nube. Creo que tus ojos invitan a este cuadro cada vez que amanece.
    Crucé el camino de tierra. Un caballo marrón claro de piernas negras murmuraba vapores y Tucídides tomaba nota a su lado. Apoyado en la tranquera fumaba con la pata derecha cruzada. Tucídides no, el caballo. A los pies de Tucídides había una sapo que también le daba a la lengua. Le alcancé un mate a Tusídides y luego al caballo. Al sapo no. Descubrí entonces que desde comienzos de primavera un sapo dicta a Tusídides y Tisídides es quien mueve mi mano a la hora en que te escribo poemas.
    Desconozco el extenso acontecimiento en que se hallaba ocupado esta mañana. El caballo no, Tucídides. Fue él quien en el 431, comenzada la guerra del Peloponeso y avizorando su extensión, al borde de lo interminable se abocó a la tarea de tomar nota de cada detalle, cada suceso. Su trabajo arrojó como resultado ocho libros que no culminaron con una guerra que finalizó siete años mas tarde. Sospecho su documento acerca de la guerra sea mas largo que la paz interior que me ha dejado el cargar con el fusil de tu amor. Disparando hacia atrás, reviví cada pájaro que asesiné de niño. Una tormenta de pájaros sangrados manchan todavía mis flores. Ahora debo matar los muertos. 
    Lo poco que se conoce de Tucídides se debe a que al narrar una crónica de guerra se narró a sí mismo. El hombre se acercó y me entregó los documentos. El sapo lo seguía de atrás reclamando firma y nota al pié. Estaban escritos con caligrafía de caballo, no sé si alguna vez has visto como escribe un caballo. Resucitados de la guerra, los caballos dictan a Tusídides y a mí los sapos. O sea que yo vendría a ser il postino de los sapos. Por esto mis poemas suenan verdes, fríos y arrugados.
    Te escribo, me despido y te veo levantar una flor y un pincel entre las espinas que me aguardan en cada madrugada cuando el día levanta sus puntas afiladas. Sobre tus hombros el niño con que jugaba mi viejo a la pelota, remontaba barriletes y hacía pié para subir al caballo, se muere de la risa. Todo tiempo nos olvida. Pero nacemos en otro río, corremos en otras sangres. En mis venas late el pulso del vuelo de tu ave.
    Cuando te regalé un libro escribí para mis adentros que me parecía una manera de tomarte las manos. No puedo parar de preguntarme dónde andarán tus pies.




martes, 17 de abril de 2012

Carta de Ana número 6


Un eco que alguna vez fue un hombre. Un galope que ha perdido su caballo. Tus monos desnudos trepan por mi playa y sacuden las palmeras con que salgo a juntar leña para fosforecer la luna por orden de mis dos ovarios planetoides. Entre sombras y arenas urgentes olvido la vejez y proscribo la muerte. Mi vagina es una pitón que traga hombres enteros para escupir luego el pelo, las uñas y los dientes. No hay color ni termómetro que pueda ser capaz de medir esta fiebre.
 

Tengo que escribir un ensayo Ernesto y este sería el comienzo. Sé que es tormentoso,  perverso, y en exceso literario. Su contrario me conduciría a una sociología (del enfriamiento) y cuyo título se acercaría a Plática y práctica sexual o Didáctica del acontecimiento sexual,  con las variables y regularidades condicionadas del orden de lo colectivo. La acción sexual puede ser social,  pero la experiencia es mía. 
Te tiro algunas líneas como quien arroja un calzón, sólo te pido que intentes editar el texto sin juzgarme. Espero sepas disculpar el caos, sé que extraer ideas de un texto semejante no es sencillo. Pero ya no somos semejantes y estoy segura podrás ser un poco objetivo. A pesar que éste no es un texto escolar como los que estás acostumbrado a editar y corregir, hay mucho aquí de mi tránsito por tu escuelita de formación. Quisiera te detengas especialmente en ciertas aserciones como las que se mencionan sobre el final, que a mayor amor mejor orgasmo y que conversarlo es conocerlo, conocerlo es mejorarlo, etcétera.
Coincidamos al menos en que la carne no admite caricias retóricas y no es tarea fácil hablar de sexo sin acabar en el prólogo o masturbarse con una autobiografía. A esto se debe sumar que para un ensayo de amor esta hoja blanca es una sábana vacía y carezco además del abc de los materiales: un colchón (o mejor dicho una parrilla), una silla, y una mesa para saltar de la silla a la mesa, del colchón a la silla, los dos prendidos del ombligo botella de vino en mano.
Poco hay en esta vida que no sea aprendido por pretensión o con intenciones de enseñanza. Una es el sexo, otra los sentimientos. Las diferencias entre ambos obedecen al orden del prejuicio. El sexo se aprende de manera autodidacta por la tríada curiosidad, sensibilidad y reflexión como herramienta. Todo el mundo dice y hace amor,  hace amor y dice sexo. Mas que hacer y decir, siente. (A propósito, sabés que me gusta hacer el amor pero también coger un poquito. Creo que esta tierna y calentona palabra cuelga de dos piernas trapecistas porque abraza y calma con inquieta suavidad sobre una red de ilusiones. El revolver del sexo y su disparo semántico apuntan en tu dirección Ernesto. Tengo dos bocas urgentes en un mismo cuerpo y a besos de distancia, dejame te diga nada me enredaba más que me besaras por aquí arriba y te arrastraras luego hacia allá abajo. La fiebre entre sombras endulza los aromas. Los matices, se condensan en volcanes igual a versos por desnudar.  Te conozco Ernesto y sé que te gusta reírte mientras hacés cochinadas, que te reís del cansancio incluso como un niño en un inflable rodeado de jirafas, la memoria de mi cuerpo se desata en lenguajes geométricos dentro de tu pelotero. Tus dientes en la parte trasera del cuerpo y tus manos presionando sobre la cintura hacia atrás despacito, sin apuro, se abren mil caminos).
Lo fascinante, lejos de lo explícito, es lo que esconde un fenómeno de cuya impaciencia no se salvan siquiera los gorrión quienes se entregan cual niño entre las piernas.  Como  imagen auditiva, la palabra sexo es un verbo a vivir. Nombrarlo siempre es motivo de antojo, deseo, esperanza temblorosa de que en lo posible se concrete como el vino en un color, la punzada en la flor y la boca entre las piernas, el agua llama a la sed y la piel con piel se cura; en principio o al final, nos sostienen temerosos anhelos de verdad y la tonta certeza de que el amor no se reduce al pataleo.
Si bien el sexo en la pareja supone diálogo sincero, vincular, que reeduca al encontrarse, la palabra sola no calma, mas bien incita. El sexo no supone el diálogo, pero necesita de él para acortar caminos, porque se lo seduce y desnuda desde la palabra. Por lo que se lo descubre en la confianza; por momentos en la del hacer y otras en la del decir, a pesar de que siempre detrás de cada palabra se esconda una indecible realidad. Por esto abordar temáticamente el sexo en la pareja tiene un valor agregado: es pedagógico y formador. La contemplación soterrada en la interrogación, secreta amor y compañerismo, sinceramiento y humildad. Y en este trabajo de correción y reescritura sexual, debemos ser prolijos para una superación donde la fundamentación teórica cede cuero al ejercicio. No existe otra manera de apropiarse del placer que nos comulga y la fiebre que nos sana. Por eso se vive y para eso se ejerce, porque como a todo aprendizaje o teoría le es necesario un campo de aplicación práctica. En consideración, nada más educativo que aprender haciendo. Lejos del cógito cartesiano "pienso luego existo", existo primero y pienso luego para luego sí retornar al existir, momento donde me creo y recreo, constituyo más que regulo como sujeto sexual. (En estas últimas tres líneas se expresa la fundamentación teórica que mencioné al principio, tan lejos de lo que me atacaba en la planta de los pies con tus masajes después de cada vez. Perdón, continúo).
Debo plantarme además en el silencio y la suposición acerca de lo que el otro necesita, si bien esto en ocasiones signifique privarme de la posibilidad de compartirlo. El diálogo como reflexión acerca de la práctica, no solamente la problematiza sino además rescata de su estatuto de verdad última. La experiencia se organiza desde el pensar y este acto se realiza en la palabra. (Tus preguntas siempre me hicieron feliz, tu tardío terminar para yo poder repetir mi alegría en el temblor que ya sabés. Vos sabés mucho de hombres porque sabés cómo tratar a una mujer. Tenés además el poder de oír con la yema de los dedos). 
Nada mas sano que dispararlo temáticamente en la pareja. Conversarlo es conocerlo, conocerlo es mejorarlo. Como las manos despejan a la piel de toda ropa, la palabra sana de toda duda.
La mejora que se menciona con antelación potencia el placer. (¿Qué decís?, ¿te parece debo profundizar en esta última palabra? ¿Coincidís en que a mayor amor mejor orgasmo?) A mayor amor, mejor orgasmo. Porque el sexo para vivirlo plena, profunda y sanamente necesita de confianza, o sea de amor, y que no puede separarse de la vida si quiere ser dada. Y esto es lo más importante que el otro puede tomar de uno, la entrega sincera, el cuerpo que se toca y el alma que se anima cuando se pulsa donde se debe. (Ojo que no hablo aquí del botón de la confianza, quien tiende una mano segura para que anmándome me sienta amado y amante). Los que se conocen se aman y  tejen telarañas de vapor alrededor de las alas del otro. Liberado a la confianza el cuerpo habla sin palabras.
             
Cómo cuesta nacer de nuevo en otro cuerpo Ernesto porque para amar de nuevo, para amar es necesario renacer, amar y danzar una coreografía que se anticipa a los compases donde la música del hacer es querer decir. 
Decir. Ese desnudar el deseo con el objetivo de conocerse donde obsequiar es compartir.

Te repito, espero sepas disculparme el enredo, pero es cosa de piernas. Sé que extraer ideas de un texto semejante no es sencillo. Pero no somos semejantes y estoy segura podrás ser lo suficientemente imparcial. A pesar que este no es un texto escolar como los que estás acostumbrado a corregir hay mucho aquí de tu emplumada y cuadrilátera escuelita de formación.

Acerca del compartir, doy gracias al dios del amor de poder aún compartir(te). Extraño tu piripipí y tu cantar recién levantado.

                                                                                                                                      Ana.

martes, 10 de abril de 2012

Carta de Ana número 5




Este es Ernesto cuando tiene sueño. ¿Como estás?, quería invitarte a pasar el día de mañana, tu mañana y mi mañana en Colonia. El mañana en medio nuestro como un niño tomado de la mano. Te invito a hacer un mañana juntos, ¿qué decís?, caminamos y sobre el espejo de los pasos emprendemos la vuelta a la hora en que mudan de color las alamedas. Si me decís que no, tengo una propuesta mas sencilla. Te invito a rascarnos con un árbol y que se vuelen los pájaros y cual patos pero al revés, lavarnos las espaldas en el río que respirarán los peces en el momento en que se anuda al mar. La sal, viaja de adelante hacia atrás.
¿Sabías que los recuerdos duermen en relojes de un tiempo que aún no pasó? Aunque sepamos que el camino es inverso, digamos que el asombro nace de la superficie de los objetos y se deposita en el fondo del estómago. Las cosas no son, las cosas se digieren. Siempre me juzgaste por mis palabras, mis palabras que eran el sentido del miedo. Aunque sepamos que ocurre por lo que llevamos dentro, digamos que se debe a la maravilla de las cosas sentirse tan intensamente en compañía a pesar de que se esté en soledad, está comprobado que al interior de su campana suenan mejor las canciones y palabras. 
¿Alguna vez saltaste la soga con el arcoiris? Dame la mano, la lluvia está cerca y como dice Scorza, estar separados es que la lluvia que me moja a tí te deje seco.
Caminemos hasta que nos cubra el mármol rosado de la aurora en la siesta de las mariposas que nacerán bajo la piel de la tierra, siempre habrá motivos para la sonrisa si justificamos cada encuentro con el toro de la amistad que la circunstancia nos pone en el camino, nuestra inevitable misión será saltar cada noche de estrella en estrella hasta dar con la soledad de hombres y mujeres que revuelven papeles en una caja oxidada a la espera de que un índice levante el mentón, disculpe, ya es suficiente, las malas muecas sólo se doblan con sonrisas. 
Ernesto, ¿quién puede entender esta inclinación hacia el margen de lo invisible, esta disposición a la melodía compartida que crece pluma a pluma en la intimidad de sábado a la noche y domingo por la tarde cuando el gris deja caer la lluvia como una pollera?, replico la frase solterona de tu última carta, que nadie interrumpa mi domingo de lluvia por la tarde, su lavar de hojas, su doblar de yuyos viejos para que crezcan los de abajo tendiendo brazos, su renovar de rostros ocultos en el espejo, su perfumar la tierra para que nos entre por la nariz como una raíz que se comparte por las ramas donde descansaremos juntos.
Este aire espeso que pasa de boca en boca nos hermana con el mundo.
Te envío ahora una foto del Negro Sultán cuando se dormía parado esperándote y en la próxima carta una foto de playa Ferrando para que veas que en Colonia el cielo usa un árbol por pincel para pintarse la panza. ¿Qué hacés?, ¿venís? Vos mismo has dicho, hay momentos por compartir que no sabemos qué jardín nos depara, que se descubren con un poco de animarse y otro poco de tiempo.

Ana. 

jueves, 5 de abril de 2012

Carta de Ana número 4




Ernesto, sé que estás despidiéndote del río, que no te quedan muchos domingos de sol para subir los perros al auto felices como chicos y revolcarte con ellos en el agua, gatear hacia la orilla y quedarte bajo el sauce mas cercano bajo el azul de la sombra con el agua hasta el cuello. Sé que te pierde naufragar la vista en el horizonte recostado en la arena.  Los perros son ángeles en el funeral del pasado verano donde moriste un poco. Los acariciás con los ojos cerrados, inspirás el aire lleno de pájaros y lo  imaginás que corre blanco y limpio por detrás de la nuca, baja por el centro de la columna convertido en un tronco florecido, las hojas de la infancia despiertan en tu memoria y se ahuecan igualito a cunas de recuerdos por nacer años atrás. Los recuerdos son historias al borde de nacer. El aire llega hasta debajo del ombligo en la zona del tantiem  y al exhalar es negro, oscuro.
Deseás que la arena te trague. Quisieras tener,  a lo sumo, los conflictos y problemas  que puede cargar una almeja. De pronto, te levantás y corrés en dirección a la luna incendiada de media tarde por la costa hacia el infinito, detrás tuyo corren con caras de locos los perros dispuestos a atravesar selvas, riachos, pueblos y olvidos, como si la mujer que te comprenda hubiese aparecido o estuviese cerrandandose lejos la cortina que da al paraíso.
 En tu última carta contás que estás refugiándote en tus perros. Me gustó la idea. No en tus perros sentimientos que por lo que escribís se han domesticado bastante. Sé que tenés una fobia hacia lo humano que hace que te pique el cuerpo como si tuviese pulgas cada vez que alguien enciende el televisor. ¿Seguís así?, ¿todavía al caminar por la calle te extraña que las personas tengan manos, nariz, ojos, orejas y pelos y te descomponés como si caminaras entre marcianos a quien vieras por primera vez? Hay quienes te aceptan loco como sos. Porque vos sos uno de esos chiflados que crecieron pero el tronco es aún de niño. Que ni bien se te conoce es inevitable pensar este tipo está loco y por el modo en que abraza a los hombres es seguro homosexual. Y en realidad después uno cae en la cuenta que lo que a vos te ocurre es que vivís enamorado y aceptarte como sos es adentrarse en el amor de perro a perro. Como ellos, sé que no tenés cálculos. Y así te va. El trabajo te queda a ocho kilómetros y vos preferís ir en bici en lugar de sacar el auto, que sos un romántico que de camino al trabajo te parás a escuchar conversar los venteveos y te reís solo cuando pasa alguna vieja porque escuchás que gritan bichofeo.  ¿Seguís enamorado? Sólo a vos se te podía ocurrir dejarle en el parabrisas una bailarina de papel o entregarle una carta de amor con una flor pegada dentro. Dijiste que no la habías leído una vez terminada. ¿Sabés en dónde debe estar la carta esa no?  Sos una víctica de la moda. Ya nadie escribe cartas, date cuenta de una vez por todas que aferrarte a la tradición históricoromántica te pone en ridículo. Sos tan estratégico para espantar el amor... Pasó mas de un año y continuás empecinado en que nadie interrumpa tu domingo de lluvia por la tarde. Te conozco y sé que cuando te enamorás te casás con la soledad durante meses. Que no sos vos. Te reís todo el tiempo pero sos capaz de perder la sonrisa cuando ella aparece y después andás como un trompo porque haya aparecido. Le dedicás desde que salís al pasto mojado a darle de comer a las gallinas hasta cuando buceás en el mar de hojas para juntar las nueces del patio. Si es cierto lo que decís de que nunca pudiste imaginartela desnuda, entonces lo que te ocurre es sincero. El amor no naufraga en la superficie. Como tu mirada cuando te recostás los domingos bajo el sauce en la orilla del río, el amor se te cae horizonte adentro.  
Quisiera abrazarte a la distancia. Quisiera que sepas de mis manos como lo saben tus perros. Tanto te reclaman, tanto te merecen. Sé que esos perros ven a través de tus ojos. Aprendí de su mirar callado a amarte sin valerme de palabras y nombrar lo indecible con una mirada, a reconocerte en el temblar de mi cuerpo con tu llegar que amanece y a aferrarme a tus piernas frente a un mundo que no quise. A quererte más de lo que te merecés. Porque los perros nos quieren mas de lo que somos, eso es claro. ¿Viste qué cómico que te vas cinco minutos hasta el almacén y cuando volvés parece te hubieses ido una semana por cómo te reciben? Por lo general las personas estamos limitadas para amar más allá de la diferencia. Los perros no tienen la patológica manía de medir el cariño o fijarle al amor un horario. El qué dirán no los preocupa demasiado. Tenemos suerte  en no saber lo que es vivir para alguien desde el principio hasta el final o del el hocico hasta la cola. 
Viniste de visita una noche a Buenos Aires. Saliste de la estación de 44 y el Negro corrió detrás del tren hasta confundirse con una luciérnaga. Pensaste que iba a remontar vuelo. Volviste dos días después y aún te esperaba en el lugar. Viajabas con el perro a dedo hasta Juárez sin importarte el tiempo ni el camino. Pasaron diez años Ernesto y al borde de los ojos avellana está empezando a hacer hueco la vejez. Un  mediodía nos siguió como siempre, a media cuadra de distancia por la vereda de enfrente y apareció cuando estábamos por subir al colectivo y se quedó con cara de por qué me dejás y se te fue entre lágrimas hasta que se hizo atardecer. Pero cuando se llora nunca se llora por una sola cosa. Las lágrimas lavan desde adentro hacia afuera en dirección a la mirada, a veces no alcanza con escarbar en busca del corazón como si fuese un hueso, sino al revés. Siempre mi vieja me decía llorá Ana, tenés que llorar si lo sentís, no podés masticar, tragar y guardar adentro. Y me abrazaba y yo ponía el motor en marcha y entonces no podía parar. Después, me sentía como curada, como cuando me sacaba las ganas de andar en calesita. Y así es que me convertí en la mujer feliz en que estoy. Porque la felicidad te la trabajan desde niño animándote a montar el caballo de la expresión. Una vez al galope, solo uno sabe lo que se esconde detrás de los sentimientos sin montura.  
Uno acostumbrado a que le diga "chau" la gente y el Negro que pestañeaba. Ese día en la terminal me quedé pensando en el silencio. No adentro del silencio en el que se mete uno y ya no puede salir y ve el mundo igual que un extraterrestre como a veces a vos te pasaba con las personas. No yo adentro del silencio. No no. Sino en el silencio que se abre entre dos seres necesarios entre sí, entre vos y yo que en este momento pareciera que hubiese un perro.¿Y Violeta? ¿Cómo anda Violeta? Siempre que te veía agarrar el bolso se quería ir con vos no importaba donde. Te ponías a hacer el bolso, ibas a la pieza y cuando volvías estaba sentada arriba de los pantalones con el cierre al cuello. Tiene un corazón del tamaño de un nuez pero se mete a todo el mundo adentro. Sé que cuando estás callado andás navegando en él. ¡Y dibuja en el aire una sonrisa con la cola que en vano espero algún día me crezca! Por ahora solo intento burlarla con la boca pero no es tan sincera ni  precisa.¿No te parece que los perros son quienes no podemos ser y no nos permitimos? Hay miedo al amor. También infidelidad. Individualismo, en fin. ¿Vos te creías que el capitalismo era tomar coca cola? No Ernesto. Pero si se puede aprender de las palomas el amor al nido, por que no la fidelidad de los perros. Los hombres tendrán vedado por siempre la entrega sin mediar intereses, engaños o mentiras bien a lo perro, sin reparos morales como un invento para sostener falsas excusas. Que la moral, que los valores... y después te  abandonan. Se vive en un mundo donde cada vez que se compra un perro hay otro que duerme en la calle. Sé que te hubiese gustado siempre comprar uno y tenés sin embargo los que fuiste encontrando.Con mi perro leemos tus cartas juntos al regresar del trabajo. En esta, quería contarte de mi y terminé en tus perros. Azarosas coincidencias. Me despido moviendo la cola y ladrándote que vengas a visitarme. Extraña tus ladridos, 
                                 Ana. 







P.D: lindo saliste en la foto.