martes, 27 de marzo de 2012

Carta de Ana número 3






   
Habrá hambre hasta junio. La televisión no da cuenta de esto y por lo tanto la gente tampoco. Pero habrá hambre hasta junio. Lamentablemente tenés que estar adentro pariéndola para saber de qué se trata. Siento que los seres humanos nos encontramos en un tiempo de pájaros al interior de un bosque al que están destruyendo, y cada cual continúa cantando como puede y saca astillas del último atardecer para construir su propio nido sin dar de dormir al pichón que viene de afuera. Desde que te fuiste, presiento que el amor es que te acompañen y de pronto te suelten la mano. Así es como se aprende a caminar.
Quisiera el tiempo pase así la vida se me haga mas corta. Pero después caigo en que no estás conmigo y entonces quisiera congelar el tiempo para cuando vuelvas derretirlo nuevamente. Querer que el tiempo pase así la vida se haga mas corta es como cuando lo veíamos a papá atado gritando "desatame desatame por favor desatame" y no podíamos y pedía a dios que se muera para no verlo sufrir más. Un día le conté ésto a Marita, hizo un silencio con su cara de lechuza y después dijo "desear la muerte de quien más querés no le toca a cualquiera, después no sos más el mismo y en la panza y el alma es muy parecido a llegar a tu casa y que te pidan para comer y contestar no tengo.
Y la vida es breve y debemos estar en ella cada día. Lamentablemente tenés que estar adentro pariéndola para saber. Y saber no es sufrir, como estar informado no es participar ni alcanza con conmoverse.
Los niños crecen día a día, como las flores y el entusiasmo porque cada día seamos más, hay que estar todos los días e incluso así, las cosas no cambian por pronunciación de un mundo mas bello, y hay que aclarar todo el tiempo, el mundo es el espacio en que cada uno habita, el mundo es grande y pequeño al mismo tiempo y en otra carta te contaré que hace unas noches soñé que me despertaba y no existían las casas donde los niños duermen en piso de tierra.¿Te acordás de las discusiones de Rosa Luxemburg con Lenin? Por ser mujer sentía el trabajo diferente, porque hay mujeres que llevan el mundo como se lleva un hijo en la panza, como que el mundo está hecho de pedacitos de tierra o avanza de a pasitos con los pies de los niños.
La verdadera revolución Ernesto es sentir, proyectar y realizar. El desafío de este tiempo es la realización de los sentimientos o los sentimientos en acción ¿y cuándo un sentimiento es bueno? Cuando incluye a los otros. Gente inteligente sobra, ya está probado y es necesario, pero a elegir hoy, me quedo con los sentimientos. Rosa en una de sus cartas escribe a Lenin: “hay que terminar con el panfleto y la idea de hacer tomar conciencia, pues la gente ya tiene conciencia y nosotros no somos ningunos esclarecidos para hablar de la conciencia y de cómo se debe pensar, en todo caso, se debe trabajar con las prácticas.” Y es a mi juicio real aunque no evidente, pensar en "tomar conciencia" es semejante a pensar en "tomar el poder" como si el poder fuese un objeto. Y tomar el poder es más difícil que tomar el viento de los pelos. Lejos de lo que piensa la izquierda retrógrada, el poder no es un objeto que “se toma” sino una relación que “se construye.” El amor y la política están cada día mas cerca porque después de no recuerdo cuántas cartas que te he escrito nada ha cambiado entre nosotros, salvo el tono del silencio que cada noche crece en intensidad.
Lo peor es el sentimiento de que nos encontramos en viaje al interior de una máquina sin tiempo doliendo cada cual por su lado. Pero ya no podemos dedicarnos a escribir o tocar sólo la guitarra si hacemos treinta cuadras y hay caras que se caen de tristes, no podremos ser nunca sincera y profundamente felices y soñar con hijos que trepen al árbol. Sé que el pensar de esta manera me está dejando sola, que amigos de la infancia y posibles amores me tendrían rechazo por esto que acabo de escribir. Pero la verdad no me importa porque vos ya te fuiste.
Y como dice Silvio, “te amaré aunque tenga final, te amaré como pueda, te amaré aunque no sea a la par”.

P.D: La foto de arriba está un poco fuera de foco. Es de nuestra hija que como ves, se le ha dado por peinarse cada vez mas parecido a la suegra.

martes, 20 de marzo de 2012

Carta de Ana número 2




     
       Ernesto, mañana será otoño. Es una evidencia en los árboles y en el viento que se anuncia con aires de vos y sin querer evoca tu aliento, aroma de aves en curso y hojas secas olor chocolate. Hace tiempo escapo a esta hoja en blanco que apunta con su vacío impune. No me defino por la primera palabra, pero si debiera elegir una, elegiría soledad. O mejor alegría. Están cerca porque una es estar conmigo y la otra estar juntos, volar sola feliz, o hacer nido feliz. O sea feliz de todos modos porque en soledad, también te llevo conmigo. Escribir sirve para hacer memoria. Releí esta mañana un texto tuyo:  

                                             ... esta es la hora en que la ropa se marchita en el suelo y yo comienzo a echar raíces por tus flores. Las estrellas se arrebatan por querer mirar por la cerradura y preguntan ¿qué hay del otro lado que se asoman plumas?, y los grillos pestañean y se encienden las orugas, y sueñan los sapos con hacerle el amor a las jirafas y echarse a masticar alitas de mariposas panza arriba de los camalotes. Como viaja el amor con el hombre a cuestas

       Y yo te llevo conmigo. Se trata de palabras que te nombran sin nombrarte y si esto fuera lo único que escribiera en esta noche que estrella tu rostro contra el cielo, apuntarías tu sentir en esta dirección; estoy segura Ernesto, sin  animarte a decir algo tan pequeño como mi nombre, apuntarías tu sentir en esta dirección. Guardo la esperanza de que vas a llegar cada vez que te reclamo desde el silencio con esta boca seca de tan urgente de vos. De solo pensarlo perdería el recelo de los pájaros que vuelan cerca de dios y se aman sin prejuicio entre las nubes sobre esta tierra  donde los viejos nos enseñan que el amor aún existe.
      Aunque si todos los cortejos no me aseguran tu clara presencia durante los días que me quedan por vivir no intentaré siquiera sentir el deseo, de ser una amante eterna o estar a tu lado, lo mismo da; concederme las dotes de un dios pequeñito que busca omnipresencia en tu celeste o un silencio entre tus piernas. Estas palabras que te intentan expresar ahí quedan, tan desnudas como dispuestas a ser ordenadas a tu manera ante tu inevitable lejanía que nunca sabrás como se siente acá abajo, acá abajo tengo un capricho constante de que me toques con esas manos de remedio que me sanan.
Estoy segura que este amor nada tiene de ejercicio. Me crucé en el camino con otros ensayos que deparaban este cielo de algodón que es tu cuerpo, esta tierra de aventuras vividas mañana (y pasado mañana hasta el fin de los mañanas ), donde florecen y se abren las cosmogonías de tu piel. Me perdí en tu cabeza llena de versos y tu boca de papel de besos estrellados... y en el paisaje que recubro con tu piel y en el que se muda y transfigura mi vida entera si al rededor revoloteas, o tormentas de suplicio si te vuelas. Entonces, pierdo el rumbo caluroso que emprendí un día soleado de miradas aquella tarde santa de enero.
      Por el cielo que me lleva en sueños hacia vos se abre una paloma que podría ser yo. Se la ve dispersa y perdida en un recuerdo, sombra cernida de soledad, ansias de vos y de tu piel de plumas. Vuela de cara al sol como sabe hacerlo la mariposa obligada a mover las alas en un vuelo que no quiere enterarse, puede  ser que la lleve a fallecer levemente en el intento. De seguro me quedo con esta mujer que soy desde que estás en mí. Tuve un nacimiento sin prisa y dado a luz por tu ritmo suave de palabras y caricias. Podría emprender una carta o un viaje  hacia un horizonte un poco mas definido..., pero los sentimientos no admiten riendas... y la confusión es tan grande... ¡estoy hundiendome entre tintas en busca de una palabra estratégica Ernesto!, más que una granada retórica esto estalla como el amor entre las manos, aturde como un orgasmo, y no puedo pensar sin fusilarme el sentir salvo que hablemos de bombardearnos con caricias de papel y verdades que saben a tinta roja o intentar persuadirme que es posible no caer rendida ante tu boca de fuego y tu presencia infernal.
     Cuando me quedo sola me abrazo en busca de tus rastros, tus calores me arden y espero el retorno de tu respiración que me reanima. Sos quien pasó y no volvió. La libertad de volar del otro que estando tan lejos se siente tan cerca. ¿Como contenerla, volverla a vivir? ¡Como hago Ernesto para  que me pertenezca el reloj en que bañabamos nuestras horas.
      Debo confesar a esta altura de mi verde andar que me es más ajena la vida que la muerte. La vida y el movimiento, los vivos, todos pasan. Kilómetros de tiempo y un cielo se abren hasta poder verlos. Probablemente nunca pueda superar esto en que te has convertido, un temblor que me ha vuelto inquieta. Pero me salva de tu ausencia ese recuerdo conservado en el silencio. ¡Y cuan ajeno que es el mundo al mundo! A la gente, qué le importa.
      A qué capricho sentimental responde esto del sentido de apropiación y pertenencia de lo fugaz, si todo es tan veloz y tan ajeno. Si nada de lo que aquí está y conmigo tengo podrá vivir mañana. Todos tenemos nuestro caso, ese pensamiento que se vuelve recurrente. Y se infla de amor a lo imposible, en ese intento por salvar distancia. Nada sufro ajeno que no  me fortalezca, y si bien no quiero adorar por ilusa,  prefiero pecar de inconformista.
      La gente no lo nota Ernesto pero aquí estás, dormido adentro. Te abres mudo entre el temblor de los días. Yo me clavo en tu silencio. Aunque en esto de sentirte tan lejano, tan ajeno, me he acercado a paisajes internos, buscando y rebuscando adentro.
      No me da igual te asomes o te escondas detrás del tapial de mi memoria. Tengo la palabra “ausencia” en la boca y me duele como una llaga inagotable, pálida y tremola de tiempo. A veces, el dolor me juega en colores apagados y otros fuertes; últimamente mas tristesazulespesimistas que utopistasamarillosoptimistas. Corro hacia los papeles impresos y fotos de memoria y vida quieta para verte y beberte igualito a un veneno, pero aún conservo la libertad de atarme a este teatro móvil en que se ha convertido mi vida, que tiene de circo y farsa por que ha renunciado el guionista y así, se  ha vuelto difícil arrematar con sonrisas de tinta perdurable sin la luz de un buen motivo. No elegí quedar en blanco a esta altura de mi vida. Quería escribirte a mi lado un tiempo mas, no tocar fondo tan temprano y sombrearme de vos a cada paso. En qué excusada compañía se supone debo refregarme cada día como un perro para espantarte. Donde acurruco mis ganas y desde donde te apunto, acuso y ametrallo con preguntas sin salpicarme. Que se supone debo entender para ser justa si justo cuando humanamente te busco humanamente te pierdo. Por lo que me importa un reverendo recuerdo si sueno cursi cuando  grito desde donde puedo que te extraño.
     Espero adivinaras cada plumita de amor y asombro que te guardaba cada vez que te apuntaba. No creí que ibas a volar cuando calladamente más te necesitaba. Si tan solo por un soplo te acercaras para mirarte, podría verme  amanecer entre sonrisas y serías, sin serme, más propio. Anoche llovió pero hoy ya salió el sol. Es veinte de marzo y no me la creo que mañana se muere el verano. 
                                                                    
                                                                                               Ana.

martes, 13 de marzo de 2012

Carta de Ana número 1


      Vos sabés Ernesto que la vida de un hombre o una mujer puede durar apenas un minuto, que la vida es un momento en el centauro del tiempo, un sueño, quizá compartido. Que existen sueños que parece duraran horas pero en realidad no transcurren mas que en un momento. Soné con vos Ernesto y te dejé atrás como el humo de una locomotora, molestabas aves en el aire, confundido con las nubes, flotabas entre pétalos al viento de otro otoño. Cuando desperté, nada había cambiado  de lugar; corrí hasta la plaza del pueblo y allí estaba la calesita con sus caballos, ciervos, avionetas y elefantes, los árboles no han cambiado de lugar incluso, el aire es el mismo y Nazareno cargaba como cada mañana con sus ocho años su perro y su carrito. No te ha quedado prendida en aquel sueño ni la nariz ni una oreja Ernesto. Me imagino que ahora estás en tu casa escribiendo tan intacto como si no te hubiese soñado.
      No pude ver en el sueño tu mano en mi mano. Soñar, concluí, se trata de un ejercicio conceptual; tan simple como amar, morir y rendirse o llorar. Es preferible entonces ser polvo en el camino del pueblo, que de tan cruel y tierno llora para adentro como un niño mudo que sueña con palabras nuevas para cambiar el mundo.
      Sueño a penas, a veces, un rato con volver donde algunos arroyos se han secado. Debería tener apenas doce años. Nadie sabe dónde ha ido a dar lo que guardó aquel espejo de barro y agua al que me acercaba a caballo cuando empezaba a relinchar la tarde y me entraba el amor por todo lo lejano. Nadie puede soñarlo. La distancia entre la memoria y algunos ensueños está obsturada por objetos, eso es claro. Es necesario cerrar los ojos, no ser, respirar no con el pecho sino con la panza como respiran los niños; la memoria, está debajo del ombligo.
      Otros hilos para otros niños brotan hoy al ras del suelo. El arroyo, como el sueño, no sabe de alambrados. En mis sueños el alambre decapita el viento que silva antes de caer sangrado de a pedazos al agua y se hunde en su marrón planchado. Quiero y no puedo soñar con volver a cruzarlos a caballo, ¿dónde está mi rostro antes de haberte conocido, mi caballo colorado? Acostate por favor y soñame, sacame de la cama y llevame donde tantas veces te he contado. ¿Qué soñaba yo cuando no soñaba? Puedo soñar que no existe la muerte, los tres de diciembre cuando entré al living y ví como a papá lo metían en el cajón. Pero también lo contrario! Sí, es conveniente que exista la muerte para seguir soñando.
      Soñar. Exiliarse hacia un paisaje vago. Camino por un sendero pálido, no tengo piernas pero sí zapatos, me observo las manos pero no los brazos. El cielo es un espanto de tan celeste y blanco. Un tubo o una serpiente de cristal pronuncia un nombre, luego otro mientras el cielo vibra electrificado. Aquí no existen los pájaros, no hay fondo, largo ni ancho, pero cuando  llega mi turno despierto asustada. He muerto por un momento y es tarde para no llorar. El llanto, como el sueño o la alegría, además de purgar nos mantiene despiertos.
      Te cuento otro sueño. Una escalera. Salvo la tuya, siempre las escaleras me han llevado hacia abajo. Como si aquí abajo no existiese el cielo. Cada uno es dueño de levantar el suyo a pesar de este mundo que cuando te reís, espresás, abrazás cada vez como la última vez, se preguntan si estás loco y no es así, son ellos quienes no se dan cuenta que están vivos. Entonces, una escalera. Para partírselas en la cabeza a ver si despiertan. Y subir, siempre subir. Soñar no tiene techo. Un arco iris surca el monte azul y verde, a lo lejos, hasta el final de los infiernos donde el sol oculto araña con su flor violeta el cielo verde, claro, disuelto, enredado en lagos púrpuras y esteros. No hay rastros de fauna humana en este lugar que de tan hermoso, no podría vivir siquiera una sirena. Aquí está, sobre el final de la escalera, lo esperado. Un trampolín. Y no salto. Alguna vez abandoné a alguien y tuve que escuchar de un amigo algo que hasta hoy me desvela, “la alegría te golpea la puerta Ana y vos te quedaś del otro lado escuchando asustada”.
      Un hombre flota en una cama atado. El aire está inflado de angustia y otra vez, blanco. Si estuviese en un hospital cualquiera, como alguna vez despierto, podría haber sobre su cabeza algún cristo en agonías, pero aquí está su pasado con sus cruces de mármol. Ha vivido soñando, tanto, que llegó a creer en el hombre. Recuerdo haberlo visto en vida literalmente cagar sangre y despertar de aquel sueño malogrado rodeado de hijos, una cascada, flores y caballos. Y no puedo desatarlo. Entonces en el sueño lloro, despierto y continúo llorando. El llanto es igual a un río que atraviesa diferentes campos. La peor de las condenas es estar sujetada, obligada a observar, bajo presión de lo imposible, el derrumbe del mundo donde alguna vez reímos y no poder desatarlo. Por eso hay que reír Ernesto a pesar de que hoy estemos separados, todo tiene fin, ¿qué esperamos?
      Y aquí está este soñar que también es extrañarse. Extrañarse. ¡Qué palabra tan bella Ernesto! ¡Cierra los ojos y abre las manos, ténme esto! me pediste alguna vez y me entregaste un sueño y en la otra mano un pájaro. Extrañarse. Qué mas necesario. Te acordás, pasabamos tanto tiempo juntos que yo me iba a dar una vuelta de manzana para extrañarte un rato y era como si recién nos conocíamos cuando nos encontrábamos. El extra, en el sueño siempre es uno jugando de suplente, y este ñarse ñarse ñarse que suena a dientes rechinando. Extrañarse de modo antropológico y saltar más allá de sí mismo, del otro lado del cuero, donde  todo disuelve de a poco como el cuerpo después de muerto, soñar, continuar soñando.
      Soñar es un cementerio. Todos tenemos nuestros sueños enterrados. Hay que romperse las uñas para desenterrar algunos y gastar el intelecto si se quiere descifrar otros, también a este ejercicio se llama escribir, desde lo oscuro y desde adentro de lo adentro, vaciar de sangre el corazón, llevarse algunos amigos hacia el secreto del silencio, apoyarse en la palabra como si se tratara de un árbol, descansar en su sombra, palpar en lo oscuro la mano de algún compañero y sonreír por compartir imposibles, pedir un sueño prestado, susurrarlos despacito, no vaya a ser que escuche quien no puede oír los pájaros, arrojarlos sobre la mesa de la vida como si fueran dados sabiendo que la escalera servida no sirve, soñar a los gritos, soñar soñando, hacer ronda de niños con los sueños, amasarlos, degustarlos despacito y refrescarles la frente con sonrisas palmo a palmo, lavarles los pies, con los ojos cerrados escuchar los peces afinar desde el fondo de su barro, volver sobre los pasos bien andados, respetar los caminos, despacio, de la mano.
      Me han soñado Ernesto. ¿Montaba mi cuerpo acaso sobre un hombre en pelo?, ¿tenía voz?, ¿andaba acaso descalza?, ¿había niños conmigo o estaba sola buscando en apuros y dando equivocada con un hombre como se busca un baño? Me han soñado y me han matado. Yo creí que siempre estuve aquí pero parece que me han robado por un rato, nadie lo nota, siquiera los perros. El diablo reía a un costado, era un llanto bailando.
      ¿Sabés que pienso que es soñar Ernesto? Soñar es saltar geografías, montañas, plazas, montes, pueblos. Dibujar con el lápiz de lo oculto las personas que se fueron o nunca estuvieron. Estrechar las distancias del recuerdo en el escenario claro del silencio. Un borde de nubes contiene cada imagen, el humo impreciso de lo vulgar lo sostiene en el aire, ridículo, inconcluso, al punto que en ocasiones el sueño es digno de no ser contado. Lejos de lo que se cree, soñar no es desear lo perdido. Existen personas que caminan a nuestro lado a pesar de haberse marchado, y paisajes intactos en los bolsillos que laten como pájaros. No se salda una deuda con lo no cometido por soñar, si para soñar lo no conseguido es necesario estar despierto, el pan para los compañeros y compañeras que laburan como burros y cobran mil doscientos dos mangos. Que nos toque a nosotros, a ver qué soñamos. Aquí está lo material para romper los sueños. También soñar es un manotazo hacia el olvido o el intento por construir lo nunca realizado. ¿Porqué sueño a veces conejos alrededor de un tren? ¿Porqué tengo sexo con hombres nunca vistos en la puta vida? ¿Qué es eso de soñar de niño con gigantes que se masacran conmigo en el medio? ¿Soñar será quizá el vivir un par de vidas por lo evidente e inasible del paso del tiempo?
      No entendés Ernesto. La frontera del sueño no trasgrede el tiempo. No hay en el sueño tampoco espacio, asique no me pidas un lugar, como te dije, todo sucede en un lugar similar al cielo. Soñar es la memoria negando el fracaso del hombre en su intento por volver al pasado y poner los pies en el suelo. Pasado y futuro son los únicos dos parámetros temporales disponibles con que cuenta el hombre para dar cuenta del sueño. Por eso cada cual debe inventarse su tiempo. Y en circunstancias de la noche se confunde el sueño con estar despierto, cuando escribo, el placer y la angustia son caballos que arrastran el monstruo inanimado de versos no fundados, nunca cabalgados.
      Saqué tus cosas del corazón como si fuesen un par de zapatos viejos porque ya anduve  muchos caminos con ellos y siempre llego al mismo pueblo. Pero no de la memoria, y recuerdo que escribiste una vez: Ana, los pájaros esta tarde confunden tus piernas con los árboles y buscan parque arriba la fuente del ombligo, entran en la pájarera de tus compañeros encerrados por el delito de volar, encerrados también cantan, por cortar las calles del cielo, encender cubiertas andadas por mil caminos, reclaman pan y trabajo para un mundo más feliz y más justo donde no se oiga el llanto de los pichones silenciado por la estridencia del hambre y la enfermedad pluricolor de los televisores, y finalmente entregan por correspondencia a sus familiares y amigos pedazos de celeste sin alambre escondidos bajo las alas. En la ciudad los perros doblan por detrás de tus rodillas, esas suaves esquinas rosadas, las casas de ventanas abiertas respiran de tu aire, tu pelo cablea la ciudad dando luz al niño que siempre voy a ser, desciende a comedores donde las bocas ríen con dientes de piano, alimenta las cortadoras de césped que se escapan de los patios y entran en los ministerios a decapitar funcionales al dolor de panza que en lugar de sentimientos en las venas tienen palabras, las computadoras escriben a contradedo de las manos decretos sin necedad pero con urgencia de distribución y soberanía alimentaria, las avionetas fumigadoras de peces, ranas y abejas orinan las camionetas cero kilómetro compradas con la última cosecha de soja, las procesadoras licuan las deudas de los que mas trabajan que por regla capital son los que menos cobran, y de los países pobres que por ordenanza y viveza internacional hacen sangrar a sus hombres y mujeres por las plumas.
      En esta, nuestra casa que dejaste, aún dormir es soñar con encontrarte. Dormir es soñar con encontrarte y entonces si, despertar en el silencio, dentro de un sueño donde me voy contigo de la mano.  Te espera desde ayer y mañana, 
                                                                      
                                                                                                        Ana.

P.D: Te envío esta foto de cuando tenía tres años y estoy como ahora, recién levantada.
                                                                                                                          

jueves, 8 de marzo de 2012

Floriloco



         Viajé a Misiones en 1999. Solo, curioso, recorrí el paisaje que tanto floreó de imaginación y drama la vida de Horacio Quiroga. Allí, en el vientre tibio de la selva, crece desapercibido el soberbio floripondio. Se trata de una planta de tallos duros y hojas blandas; sus flores, pálidas y blancas, cuelgan o duermen boca abajo y simulan campanas marchitas que entonan sin embargo una atractiva melodía. Si la planta es buena, cuando se la corta pinta  las manos de un color amarronado. 
Caminaba por los fogosos días de enero con dos correntinos y un entrerriano. Este último sintéticamente era una cascarria. Venía de Brasil en pata y se le habían entrado por debajo de las uñas unos disolutos gusanitos, de los que se quitaba mañosamente los huevos con un aguja desinfectada a encendedor.
Entramos al Camino Macuco lento, pausado el paso. Al sol picante no se le animaban ni las iguanas. Sobre el borde del camino, verde, espesa, tejidamente apretada, la selva se levantaba y cada tanto, arriba, puenteaba el camino.
La zona de acampe del Parque Nacional Iguazú era una sombra infinita y entre la cerrazón de la oscuridad, se oía la Garganta del Diablo como un monstruo que hace gárgaras con la luna. Encendimos fuego cuya lumbre le disputaba la luminosidad a la luna. Hubo un espacio de quietud y parcimonia que  pudo haber coincidido con el dormir de los monos o las mariposas. Duró lo que el fuego en volverse ceniza. La curiosidad entonces se nos hizo humo y el deseo chispa entre las manos. El verdadero té se hace con la flor, era más feo que una cucharada de mocos, algo así como sorber los jugos intestinales de un cadáver encontrado luego de quince días muerto en el fondo de un sótano.
Nunca olvidaré el suave extravío del cuerpo, la malformación del entorno, los sonidos espesos y el espacio cremoso, blando alrededor. Las piernas me empujaron al fuego del que me rescataron los entrerrianos y el correntino. Por querer caminar, me arrastraba como un gusano ebrio en busca de una herida donde meterse dentro. Me llevaron hacia la carpa y ya compuesto, nos perdimos bajo la luz pálida de la luna convertida en flor de espuma. Árboles éramos entre los árboles y ciegos ante el mundo. Sólo guardo de regreso el recuerdo de que con los ojos abiertos, sin ver, me apercibía de los árboles a golpes de rostro.
El día después no había comenzado cuando el humo dulce se nos entreveraba entre los dedos. Entonces nuevamente volvió el desequilibrio; esta vez, amortigüé el golpe con el “iglú” de los correntinos. Los diez días que restaron a dedo en la ruta pidiendo restos de comida en restaurantes que nos entregaron no pocas veces en bolsas de residuo –nos bolsillearon dormidos y borrachos en una favela a orillas del río y el viejo anfiteatro de posadas-, dormimos a la intemperie en los márgenes de la ruta o estaciones de servicio, viajábamos en camiones que trasladaban leña y cuando la tarde se endulzaba, en algún camión que transportaba bananas.
Existe un mito oriental. Cada persona, antes de morir, se aparece a los otros en forma de espíritu; uno lo ve, y ligeramente se desvanece. Pero aquí estábamos en Argentina y los dos amigos que se asomaron, fueron fantasmas que se encuentran hasta hoy vivos. No daré nombres en agradecimiento a su complicidad para con otros vicios. Al primero de ellos lo crucé camino al río en busca de agua; estaba sentado en un banco al estilo Plaza Mitre de mi pueblo y sonreía animosamente. El segundo, apareció y volvió a reaparecer repetidas veces a mi lado, pero para entonces ya los correntinos me habían apartado lejos, bajo la sombra fresca y ruidosa de un árbol inquieto. Las imágenes eran tan palpables como confidentes sus sonrisas. Los árboles feroces alrededor retorcían su corteza y trocaban en rostros infernales, agitaban sus brazos meciéndose hacia delante; sus formas humanas, sus voces, mis ininteligibles respuestas, los ilusorios objetos en las manos que se esfumaban, las millones de hojas parpadeando desde arriba. Oír los colores y ver los sonidos. Supe aquel día que cada color tiene su ruido.
Cuando el sol apoyaba su cabeza sobre los árboles, nos echaron del parque Iguazú. Dos guardaparques nos cargaron en la caja de una camioneta y nos dejaron en la ruta. El entrerriano, con los dedos afuera de los pies  y la barba crenchada, pedía “el libro de quejas”. La noche anterior se había caído al río y contó que lo sacaron las serpientes, había visto puerco espines toda la tarde y monos fosforescentes que hablaban un idioma cercano al francés y se desvanecían como el humo.  Guenseslao se llamaba, y justificaba el te de floripondio con un argumento irrefutable, “quizá la naturaleza intenta continuamente comunicarse con nosotros pero no estamos en condiciones de escucharla”. Lo cierto es que viciarse de naturaleza a sorbitos no estuvo nada mal. Y sólo por el sano y sensual vicio por la curiosidad que no es mas que nuestra  impertinente naturaleza humana.
        
                                                                                                                   Año 2002