martes, 10 de enero de 2012

Zapatos de caramelo

            Gustavo vió al ciego en el cordón de la vereda. Entre un precipicio y el asfalto que tiene delante, para este tipo no puede haber diferencia, pensó. La última vez que había ayudado a uno le había poblado la cabeza de imágenes eróticas, de pensamietos desnudos. Que se mate, se dijo, y cruzó. 
Vió a Emilia en la esquina de la diagonal sentada sobre un cantero, con su pollera colorada y las piernas cruzadas, algo encorbada sobre sus rodillas observando, pensó, alguna vaquita de San Antonio que se había posado en la punta de sus zapatos que de lejos parecían de caramelo.
            Al acercarse, Emilia le extendió la flor que tenía escondida detrás de la espalda. Se le ocurrió que su su sexo era igual de blanco, con pequeños estambres, ¿porqué la mujeres lo tienen del color de la nariz?, y sintió su pájaro dormido, tibio y ciego en aquella tarde en que el verano comenzaba a cerrar las alas. Percibió que comenzaba a asomarse el ciego degenerado que había encontrado una semana antes en la parada del colectivo y le había contado un cuento. 
Tomó la flor con las dos manos, y la flor pareció marchitarse, ridícula y vergonzosa. Se amenazó a sí mismo. Esta vez no. Venía pateando este pensamiento desde que había salido del trabajo. También recordó a su madre, sus nociones acerca de la debilidad femenina, la mano de la confianza siempre conduciendo, como si fuese fácil, a la mujer. No perdería tiempo en discutir con ella. Vieja vos al final sos muy machista al colocar a la mujer en el lugar de no elección, y con eso de que la libertad es también el poder de decir que no, uno termina en la soledad. Y la espantó.
            Un pájaro cruzó entre dos edificios, y el recuerdo de su novia Paula lo llevó lejos, donde conocerla le había costado un maratón de cuatro noches sin dormir en vacaciones. Era su corazón, no cabía duda, salvo por la que levanta, enhiesta, el deseo. 
             Entraron al bar. Se sentaron al borde de la ventana mas cercana a la puerta debajo de un cuadro donde dos gatos tomados de la cola contemplaban el horizonte o esperaban la salida de la luna. El cabello enrulado de Emilia, la nariz infantil y esa voz juvenil, el perfume de pitangas, la piel color pellejo de naranja salpicada en canela y su sonrisa, donde entraba el pueblo.

            -Sólo necesitaba decírtelo, no me importa tu respuesta, me siento feliz, tontamente feliz-. 

Lo tomó de la mano. No podría llevárselo a ningún lugar. Por la ventana Gustavo vió pasar a Silvina, una cincuentona que iba cada tarde al locutorio donde trabajaba, después de buscar a sus hijos a la salida de la escuela, y hacía entrar a Tomás y Maika, "saluden a Gustavo." Montaba sus manos sobre las de él arriba del mostrador y las dejaba allí unos segundos, simulaban dos tortugas que se encuentran en la playa a copular, y se iba. Allí terminaba su satisfacción, en hacerle saber que podía pasar por su casa cuando quisiera dormir la siesta. A las 18.30 era el turno de Lorena con su perro labrador que el psicólogo recomendaba abandonar en lugar de trabajar menos horas en su taller, y cerca de la 20.00 Pamela con sus comiditas peruanas y su pollerita corta, generalmente, papa a la huancaína con diente de león.

           -No sé si alguna vez te pasó, pero quizá sea el tiempo que hace tengo esto guardado lo haya hecho madurar de manera tan estúpida, si es que la estupidez es el arte de lo explícito, pero no me da vergüenza decir lo que me pasa, era algo acá adentro que debía ser nombrado, no porque en adelante comience a existir, vos ahora sabés de esto mio...- 

Emilia se apoyaba la mano en el pecho como si se tratara de una estrella. Pensó en Paula, en su madre. De pensar en su padre, se iría a dormir con ella.

-Sabés Emilia, cuando era chico me gustaba ver en el arroyo cerca de mi casa la forma en que los peces luchaban contra la corriente-. 

Estuvo a un paso de decir caían por una lombriz, los bagres eran arrancados del agua y caían a tierra por una lombriz. 

-Tu belleza me arrastró siempre, es como un río-. 

El ciego levantaba la mano sonriente al interior de cada pensamiento, habría la puerta, se quitaba el sombrero y volvía a desaparecer. 
Para despejarlo, se concentró en el cielo rectangular que entraba por la ventana, flotó en su memoria el barrilete rojo punzó que remontaba seiscientos metros y después no quería bajar, vió incluso el astronauta de plástico que ataba a mitad de la siga, pidiéndo que lo baje.

-Pero si me acostara con vos, igualmente mañana me verías pasar por la vereda con mi novia de la mano-. 

Sintió un placer amargo, sorbió el café y la miró con la actitud de quien firma una trasferencia. Sólo quedaba despedirse. Mencionaron algunos trámites de visita que habían realizado a amigos que tenían en común o se tocaban de cerca. Conversaron sobre la sinceridad, la psicología de la palabra, la terapia del decir.
            
Cuando salieron a la calle, la luna había salido para otros enamorados. Le díó un abrazo y un beso entre la oreja y la mejilla y la apretó con la mirada hasta ver sus zapatitos de caramelo doblar la esquina, chocarse el ciego, le pareció que el bastón atravesaba a Emilia como un sable. Cayeron abrazados. Hizo como que no los vió y cruzó de vereda.  

                                                                                                                     2006.

martes, 3 de enero de 2012

Amar es poder soñar



la noche no acaba de caer rendida sobre los cuerpos
y la guerra no termina de soñar con niños
bajos silbidos de lata
hombres en el estómago de las sombras de metal

Existen las buenas noches con cuentos que lee mamá
y otras malas de padres con estrellas de sangre en la frente
este es el mundo niño de sangre
dinero y fuego
mundo de buenos días y también de malas noches

donde hay quien vive con hambre de matar
hombres
con sed de cargar el fusil de las flores y metralletasguitarra

no te olvides que mi madre es tu madre
bajo el fuego de la guerra grande aquí
tenemos las pequeñas, nuestros puntos cardinales

donde amar es poder soñar
a pesar de esta guerra cotidiana por el pan de cada día
hay niños que en la noche con sus perros cavan en la tierra y con diarios
sueñan con dormir para empezar a soñar
con el niño que fuiste hombre y lo olvidaste.